Alejandro, el dios-soldado
La infancia de un jefe Olimpias, la primera esposa de Filipo, pretendía haber sido sorprendida en su lecho por una serpiente sagrada, y afirmaba que Alejandro, nacido en el 356, era hijo del dios greco-egipcio Zeus-Amón y que descendía de Hércules. Muy ambiciosa, deseaba para su hijo un destino brillante. Quizá llegó a participar en el asesinato de Filipo, del que sospechaba que se disponía a nombrar otro heredero. Alejandro creció, pues, en la orgullosa certidumbre de su gloria futura. Su origen, piadosamente admitido por él mismo y por los macedonios, colmaba su gusto por el misticismo y le separaba de la sociedad de los demás hombres. La educación que, por iniciativa de su padre, recibió de Aristóteles, le hizo conocer la medicina, la historia, las matemáticas y las ciencias naturales, y le imprimió la fuerza de voluntad y el dominio de sí mismo, pero no consiguió atenuar su excesiva fiebre religiosa. Se sabía de memoria la Ilíada y se identificaba con Aquiles, del que se pretendía también descendiente.
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