Barro, esmalte, loza, porcelana

El esmaltado: primera decoración

Se ha calificado al esmalte como el vestido de la alfarería. Se trata, en efecto, de un barniz más o menos coloreado que disimula el aspecto natural de la arcilla. Sin embargo, la porcelana constituye una excepción, puesto que su belleza procede de su pasta naturalmente blanca. El esmalte utilizado es, en este caso, absolutamente transparente. Los procedimientos de esmaltado son casi tan numerosos como los mismos alfareros, pero siempre interviene un determinado número de componentes: la arena o el polvo de sílex que se vitrifican durante la cochura proporcionan el brillo; un óxido metálico o una arcilla con impurezas son el origen del color; el óxido de estaño, por ejemplo, da la blancura del esmalte de la loza. Finalmente, un producto llamado agente fundente facilita la fusión de los otros elementos, tales como el óxido de plomo, la sal, la sosa o la ceniza de madera. El conjunto es amasado, después fundido, enfriado y solidificado, seguidamente triturado y finalmente mezclado con agua para formar el baño de esmalte, en donde se sumergen las vasijas. Al margen de la composición del esmalte, las características de la atmósfera del horno intervienen también en el color obtenido: en Occidente las cerámicas se cuecen casi siempre en una atmósfera muy rica en oxígeno; los alfareros japoneses, por el contrario, son maestros en el arte de conseguir fuegos humosos, pobres en oxígeno; con óxidos de hierro o de cobre se obtendrán coloraciones pardas o verdes, en el primer caso, y en el segundo, en cambio, las coloraciones serán grises o rojas.

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