De la galería al museo

Los tesoros antiguos y medievales

La práctica del coleccionismo estuvo ligada en un principio a preocupaciones religiosas: así, los inmensos depósitos de objetos de los egipcios constituían auténticos museos funerarios. En la Antigüedad griega, las obras preciosas (vasos de oro, estatuas, cuadros de pintores célebres) procedentes de donaciones o de exvotos de ciudades o de particulares, fueron reunidas cerca de los templos. En el s. IV a. C, estos tesoros, como en Delfos, estaban abiertos a los peregrinos y a los turistas. El museo profano apareció en el s. II a. C. en las mansiones de los príncipes griegos del Oriente (colección de esculturas de los Attale en Pérgamo). Habría de conocer un gran desarrollo en Roma, donde afluía el botín de las conquistas y donde los ricos patricios amasaban curiosidades naturales y objetos de arte griegos, copiados de las obras de arte de la escultura y la pintura. Roma no creó ninguna institución específica, pero los tesoros de los templos y las colecciones de los benefactores expuestas en las termas constituían auténticos museos públicos. Esta práctica del tesoro religioso se perpetuó durante toda la Edad Media occidental, y las iglesias y abadías amasaron grandes riquezas (colección de Carlomagno, recopilación de objetos preciosos de los lugares de peregrinación).

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