El acero: de la fusión al laminado

La cementación del hierro

El acero y sus notables cualidades son conocidos desde la más remota Antigüedad. Hacia el 1400 a C., los hititas aprendieron a prepararlo mediante la cementación del hierro, es decir, martilleando carbón vegetal y hierro calentado al rojo. De tal manera se incorporaba una buena cantidad de carbono al hierro, pero de un modo incontrolado e irregular. El acero obtenido contenía escorias, lo que impedía fabricar con él objetos de gran dimensión. Tal fue la razón por la que el acero quedó reservado durante mucho tiempo a la fabricación de objetos pequeños que debían poseer gran dureza, como los instrumentos quirúrgicos y los punzones utilizados en la realización de los pequeños caracteres de imprenta. El método de la cementación se siguió utilizando en la práctica hasta el s. XVI, época en que se hizo posible preparar acero mediante calcinación de la fundición de hierro. Hacia 1750, el siderúrgico inglés Benjamin Huntsman dio un paso importante al perfeccionar la fabricación del acero «al crisol»: se trataba de volver a fundir conjuntamente hierro y fundición, a fin de obtener el acero de alta calidad necesario para fabricar resortes de relojería, pero el procedimiento resultaba costoso y lento.

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