El chico de la tienda

Al pasar por la puerta de la abacería que me sirve, dije al dueño: -Envíeme un cuarto de kilo de queso de Villalón. Y poco más tarde de mi llegada al domicilio, se presentó un niño, el dependiente del comercio, con mi encargo. Ya conocía yo a este muchacho. Nació en Soria, tierra fecunda, matriz generosa de donde salen tantos hombres esforzados y magníficos. Llámase este chiquito Froilán. Nació en una de las aldeas circundantes de Berlanga. Seguía el camino de sus antepasados y de sus coetáneos: servir en las tiendas. Si en este oficio no se muere por el exceso de labor, hay la esperanza de llegar a ser en lo venidero poseedor de un rinconcito, de un piso bajo en el que se expendan mercancías necesarias. Froilán era mi amigo. Cada mañana venía a mi casa con lo que nos era necesario para el sustento. Él y sus cofrades andaban siempre con la cabeza descubierta, caso imitado por los elegantes de ahora. Cubría su cuerpo con una blusa blanca, no del todo blanca, porque...

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