El Concilio de Trento: la vuelta a la disciplina

Las iniciativas individuales

La primera voluntad de reforma no surgió de las alturas. Después de unos momentos de energía por parte de Adriano VI, Roma regresó enseguida a sus viejas costumbres, puesto que Clemente VII, elegido en 1523, se preocupó más de la diplomacia y de la carrera de sus familiares, que de cuestiones teológicas. Por otra parte, el Norte parecía muy alejado del mundo mediterráneo, tan sólidamente católico. De hecho, el despertar religioso procedió de las órdenes monásticas. En 1526, Matteo Bassi creó, a partir del viejo tronco franciscano, la orden de los capuchinos, que habría de revelarse de gran vitalidad. En España, Santa Teresa de Avila y San Juan de la Cruz restauraron la orden del Carmelo, optando por la pobreza más rigurosa. Sus escritos dieron testimonio de la intensidad de su meditación y del místico amor que les unía a Cristo. Pero fue Ignacio de Loyola quien, en realidad, suministró a la Iglesia las armas de la reconquista. Herido en combate en 1521, decidió, durante su convalecencia, convertirse en soldado de Cristo. Dio a conocer su método de oración y de meditación con los Ejercicios espirituales, y a continuación obtuvo la aprobación de Pablo III para la orden que acababa de constituir: la Compañía de Jesús. Sometidos a una ruda disciplina, los jesuitas tenían que pronunciar un voto especial de obediencia al papa, y siempre estaban preparados para recorrer el mundo predicando la doctrina católica. Hombres de gran cultura, fueron maestros y predicadores.

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