Hoy en día se ha revalorizado este rebrote clásico de finales del s. XVIII, que apareció en Francia e Inglaterra hacia 1750 y se difundió por toda Europa muy entrado el s. XIX. Un mejor conocimiento de la época que vio nacer la Revolución francesa y, además, las obras maestras de Mozart, IIaydn, David o Ledoux, permitieron poner en su sitio la escultura fuertemente idealizada que se opuso al impulso realista del barroco, e impedir que se confundiera con un formalismo estrecho «a la antigua». Después de varios siglos de dominación religiosa y de obras pías desbordantes de imágenes atormentadas u obsesivas, el hombre de la Ilustración se afianza en su deseo de volver a sus raíces: la observación de la naturaleza (que se había hecho científica en la época de Newton y de la Enciclopedia) y el respeto a la historia, a través del origen grecorromano de nuestra civilización, determinan la creación neoclásica. No se trata de reproducir el estilo de los antiguos, sino de imitar su proceso creador, prendado de la verdad y de la belleza ideal.
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