Hacia una «nueva novela»

La ambigüedad y el tiempo interior

Al tiempo que el relato clásico (a la manera de Balzac) proseguía su brillante carrera, algunos de los escritores más importantes de los cien últimos años comenzaron a abrir caminos nuevos. El norteamericano Henry James puso en tela de juicio el dogmatismo del novelista que lo sabía todo de sus personajes y que lo explicaba todo al lector. Sensible a la enigmática interioridad de los seres y de las cosas, empezó a dar a la ambigüedad toda la importancia que tiene en literatura (El retrato de una dama, 1880); El secreto de Maisie, 1897). Las groseras simplificaciones del «tiempo de los relojes», que fechaba y rimaba los relatos, fueron progresivamente denunciadas por el francés Proust (En busca del tiempo perdido, 1913-1927), la inglesa Virginia Woolf (Mrs. Dalloway, 1925; Las olas, 1931), el irlandés Joyce (Ulises, 1922) y el americano Faulkner (El sonido y la furia, 1929). La progresión meditada y lineal del relato acabó por explotar. En lo sucesivo, comenzaron a imperar los caprichos del tiempo interior y las asociaciones imprevisibles de la memoria involuntaria.

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