Imanes para todo

El origen de este fenómeno: los electrones

Las propiedades magnéticas de la materia se explican sobre todo por los movimientos de los electrones: una carga eléctrica en movimiento genera, efectivamente, un campo magnético. Los electrones giran, por una parte, alrededor de los núcleos atómicos, y por otra, sobre sí mismos, como las peonzas. A estos dos tipos de movimientos corresponden dos tipos de momentos magnéticos, y el momento total de una sustancia es sencillamente la suma de todos sus momentos electrónicos. A menudo, el momento resultante es nulo. La mayor parte de las sustancias no lienen, por tanto, momento magnético permanente, pero, no obstante, pueden tenerlo, aunque débil, en presencia de un campo magnético exterior; estas sustancias se denominan diamagnéticas, y son, por ejemplo, el agua, el nitrógeno o el diamante, y paramagnéticas, como el oxígeno, el aire y numerosos metales. Estos dos tipos de magnetismo tienen poco interés para la vida corriente. No así en el caso del ferromagnetismo, propiedad característica de algunos sólidos. Las sustancias ferromagnéticas, como el hierro, el níquel, los aceros, los átomos o los iones tienen momentos magnéticos permanentes y estos momentos experimentan entre ellos fuertes interacciones que los mantienen paralelos; la resultante no es, por tanto, nula, y la sustancia podrá ser, a escala macroscópica, un imán. La agitación térmica se opone al alineamiento de los momentos elementales; por esta razón, el hierro deja de ser magnético a 770 °C.

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