La máquina de vapor, catalizador de la revolución industrial
Las primeras realizaciones prácticas Desde la Antigüedad se sabía que cuando el agua hierve en un recipiente perforado con un pequeño orificio, se produce un escape de fuerza considerable. Se sabía también que la presión del vapor podía servir para expulsar el agua por un tubo sumergido en la misma. En 1698, el inglés Thomas Savery diseñó una máquina que era el intento de aplicar este principio con la finalidad de que sirviera para extraer el agua de las minas de carbón o de metal. Pero como la mecánica no estaba lo suficientemente avanzada en aquella época para que se pudiera aprovechar el vapor a presión, las investigaciones siguieron otros derroteros. Si se condensa el vapor encerrado en un cilindro, éste queda sin aire y el émbolo es expulsado con toda la fuerza de la presión atmosférica (10 t y 330 Kg por m2). Tal fenómeno era ya muy conocido a mediados del s. XVII. En 1673, el holandés Christiaan Huygens intentó construir un motor basándose en este principio, quemando pólvora de cañón en un cilindro. Pero los gases resultantes de la combustión eran muy molestos. En 1690, Denis Papin continuó las investigaciones de Huygens, reemplazando la pólvora por vapor. Había aparecido un primer esbozo de solución, pero sería el inglés Thomas Newcomen quien construyera, a partir de 1712, las primeras «bombas de fuego»: en realidad, lo que hizo fue dar forma práctica a las experimentaciones de Papin. El vapor se producía en una caldera y la condensación se realizaba enviando al cilindro un chorro de agua fría en el momento justo. La máquina de vapor permaneció 64 años en este estado primitivo hasta que James Watt introdujo en ella una serie de reformas que iban a ser decisivas.
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