Entre los pueblos mediterráneos de la Antigüedad la labranza se hacía con la ayuda del arado, que era simplemente una reja, desprovista de ruedas. Los galos inventaron el primer arado a tracción: consistía en unir el timón a un tren delantero provisto de ruedas y, delante de la reja, situar un cuchillo cuya parte afilada se dirigía hacia abajo para que fuera cortando la tierra e iniciara el surco. Pero este arado apenas progresó hasta el s. XIX, en que se conseguiría meter la rueda de madera en el suelo, hundiéndola en él.
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