Los dioses y los juegos de Olimpia

Los juegos, actos religiosos

Con la invasión dórica, a principios del I milenio, el panteón griego se enriquece con divinidades orientales (Apolo, Afrodita), al mismo tiempo que se desdibujan determinadas figuras de la tradición arcaica. Se asiste por aquel tiempo a la aparición de nuevas formas de culto que caracterizarán, durante siglos, el camino espiritual de Grecia. Además de los misterios, dramas sagrados que simbolizan los ciclos de la fecundidad, se multiplican las competiciones atléticas celebradas con ocasión de fiestas rituales en santuarios, el más célebre de los cuales es el de Olimpia. En los juegos olímpicos, la carrera pedestre, por ejemplo, tiene una función iniciática. Al recibir una corona proveniente del olivo sagrado de Hércules, el vencedor se convierte en un genio de la vegetación, en un protector de los campos. Otros santuarios constituyen lugares de adivinación, a los que se va a buscar la respuesta a interrogantes precisos relativos a la vida de los individuos o a la de las ciudades. El más conocido es el templo de Delfos, dedicado a Apolo, quien habla en él por intermedio de una profetisa inspirada, la pitonisa. De las ceremonias sagradas emergen, poco a poco, las liturgias de las que nacerán las formas teatrales. Así, la tragedia proviene del ditirambo, que no era sino un coro en honor de Dionisos, mientras que la comedia surgió del ritual dionisiaco que se celebraba después de las recolecciones, en un ambiente de alegría y de exaltación sensual.

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