Los franceses en Italia: un sueño imposible

El espejismo italiano

Ya en 1451, las intrigas piamontesas del futuro Luis XI, a la sazón exiliado por su padre en el Delfinado, así como su posterior matrimonio con Carlota de Saboya, constituyeron un testimonio vivo de la fascinación que ejerció Italia sobre la casa de Francia. De hecho, sólo la urgencia de la unificación de su propio reino desvió al monarca de dicha aventura. Por el contrario, su hijo se consagrará, desde 1492, a la mencionada empresa, tan prometedora de gloria y de riquezas. Sensibles a los esplendores italianos y celosos del poderío comercial de Venecia y de Génova, quienes le rodeaban no cesaron de animarle vivamente a responder a las llamadas de ayuda lanzadas por el partido angevino de Nápoles, por los adversarios de los Médicis en Florencia, por los del papa Borgia en Roma, y por los Sforza de Milán. Y de tal manera, Carlos no dudó en derrochar con prodigalidad, e incluso en alienar, algunas de las conquistas de su padre, con miras a granjearse las buenas intenciones de Inglaterra, de España y del Imperio germánico. Puesto en marcha en octubre de 1494, Carlos VIII consiguió derribar todas las resistencias, y el 22 de febrero del año siguiente entró en Nápoles, donde se celebró el éxito de la expedición.

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