Los gritos de la calle

En mi paseo cotidiano, cuando el sol se pone, desde la Puerta del Sol a las Ventas del Espíritu Santo encontré a poco un hombre viejo, encogido, trémulo, vestido de blusa y calzones de algodón, que llevaba en la mano una cesta y gritaba de rato en rato: -¡Mojama y cangrejitos de la mar! Miré el contenido de la cesta. En una parte de ella había unos paquetes de cecina de atún, y en la otra un par de docenas de crustáceos rojos, el bicho antipático que es todo tripa y tenazas. El vendedor me ofreció su mercancía, diciendo: -Lo más fresco. Anteayer andaban estos cangrejos en los peñascos de la Isla... ¿Quiere el señor una docenita...? Contesté que iba a darle en perros chicos el importe de una docenita de cangrejos sólo porque se detuviese cinco minutos en su marcha y contestara a mis preguntas. El viejo accedió y, dejando sobre la acera el cestón, se puso en jarras, actitud de descanso de los que tienen los brazos fatigados aunque se estime como silueta de la...

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