Una vez terminada la guerra civil, Enrique IV goza de un poder lo bastante sólido como para dedicarse a poner en orden el país. Desea dar a París prestigio y prosperidad y, para ello, se preocupa tanto de la arquitectura como del urbanismo: la plaza de los Vosgos (antigua Plaza Real) y la plaza Dauphine, edificadas durante su reinado, son dos bellos ejemplos de los comienzos de la arquitectura clásica. En la tradición de Philibert Delorme y Pierre Lescot la belleza debe ser simple y razonada. La arquitectura de esta época es a la vez serena y robusta, pero también alegre y colorista, y manifiesta las preocupaciones del pensamiento humanista de Montaigne. Durante el reinado de Luis XIII aparecen numerosos edificios construidos en ladrillo y en piedra, algunos de los cuales, como los castillos de Balleroy, de Berny y de Maisons, se deben a François Mansart.
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