Se llaman «épicos» los distintos tipos de relatos que anima el modelo heroico imaginado. Este modelo es un sueño universal, la fantasía por excelencia que suscitan los superhombres -entre el hombre y los dioses-. De ahí el gran número de héroes nacidos de un dios y una mortal (Aquiles, Hércules), o, como mínimo, de padres reales. Apenas nacido, el héroe parece predestinado a la muerte (Moisés, Edipo); al término de una vida oculta debe afrontar la muerte en escenas características: la lucha contra el monstruo (Hércules, Teseo y el Minotauro) o el gigante (David contra Goliat, Tristán contra el Morholt), o el gran número (Roland contra los sarracenos), el descenso a los infiernos (Eneas), o la muerte del compañero inseparable (Gilgamés, Aquiles, Roland). Investido de una alta misión (fundar Roma para Eneas) o borracho de hazañas, el héroe ve a la mujer como un peligro, un maleficio: no sucumbe a sus encantos más que un momento; después, en un sobresalto, la abandona. Finalmente, este ser invencible es abatido por una traición (Sigfrido) o renuncia voluntariamente a la vida.
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