Tamerlán y las conquistas sin porvenir

La expansión turca hasta el s. XIII

A partir del s. IX, numerosos clanes turcos pusieron de manifiesto su vitalidad para la conquista. Gracias a sus cualidades guerreras, se infiltraron progresivamente en los ejércitos de todas las cortes de Oriente y algunos lograron incluso fundar poderosas dinastías. Este fue el caso de los gaznawíes en Afganistán y de los selyúcidas en Irak y después en Asia Menor. Al entrar en contacto con estas civilizaciones, los feroces jinetes se hicieron sedentarios y se convirtieron al islamismo, aunque sin perder sus ricas tradiciones. La gran expansión mongola arrasó Samarkanda en 1220 y eclipsó la potencia política y militar de los Estados turcos. El miedo a las represalias obligó a algunas tribus reacias a la dominación del gran Khan a huir a Anatolia, donde fundaron principados; fue así como en 1301, en Nicea, el sultán Osmán puso los cimientos del imperio otomano. Otros clanes supieron aprovechar el desmembramiento del imperio mongol para poner la epopeya de Gengis Khan al servicio de sus ambiciones: a principios del s. XIV; la Horda de Oro estaba enteramente «turquianizada» y, en Transoxiana, un príncipe turco, Timur, pretendía resucitar la sucesión mongola.

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